martes, 27 de enero de 2015

El liberalismo en España: historia de una ausencia.

En mis días más benignos, sueño con que en España sea posible la pluralidad política.Y con ella no me refiero, en este artículo, a la posibilidad de que gobiernen partidos de izquierda que contribuyan a configurar una idea diferente de lo político y de la política. Más bien, mi sueño sería ver en este país un partido liberal que, aunque pueda parecer sorprendente a algunos, no creo que esté en absoluto representado por el partido actualmente en el poder. Aunque no soy historiador, me arriesgaré en este artículo a esbozar un breve y tosco resumen del tránsito liberal en España, teniendo en el recuerdo la obra de José Luis Villacañas Berlanga Historia del poder político en España. En todo caso, me amparo en la condescendencia de mis lectores.


He escrito un libro muy gordo (foto: laopinióncoruña).

Liberal, en el siglo XVIII y XIX era ser un opositor a las monarquías absolutas imperantes en Europa. Era ser no sólo un defensor del libre mercado, con sus matices, y del desarrollo de la industria y de la riqueza económica en su propio país, sino también, como causa o consecuencia de lo anterior, paladín de los derechos de reunión, expresión, creencia, etc., los llamados "derechos de los modernos" o, más comúnmente, los derechos liberales, que hoy forman partes de los derechos fundamentales presentes en cualquier constitución democrática. La aparición de una esfera pública se sitúa, siguiendo a Habermas en Historia y Crítica de la Opinión Pública, en el siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX con la aparición de una sociedad civil burguesa. Frente a la arbitrariedad y secreto de las monarquías absolutas, la pujante burguesía de ese tiempo, especialmente en Inglaterra y Francia, y también en Alemania (los tres países en los que Habermas centra su estudio) propone el uso público de la razón y, por tanto, la publicidad de las actuaciones gubernamentales. Se consideraba que la discusión pública por parte de ciudadanos autónomos (bien es cierto que se consideraba así sólo a los varones blancos propietarios) contribuiría a la mejor gestión. Se pretendía unir así la razón y la ley. Posteriormente, sobre todo a medida que la burguesía se iba haciendo con las palancas del poder estatal surgieron públicos alternativos y contrapúblicos como el cartista en Inglaterra y, más tarde, el proletario en todos los países que se incorporaban a la Revolución Industrial.

De contrapúblicos lo sé todo (foto: Univ. Yale)

Como es bien conocido, la burguesía en España nunca terminó de configurarse como una fuerza dominadora, y así el liberalismo nunca terminó de cuajar del todo, sobre todo porque en la lucha política competía no sólo contra la monarquía absoluta, sino contra el poder de la Iglesia Católica y, a pesar de numerosas excepciones, nunca pudo tener de su lado al Ejército. Además, la debilidad del Estado español truncó las posibilidades de un régimen liberal debido a la intervención extranjera, como la de los Cien mil hijos de San Luis. España. desde la Guerra de Sucesión, sobre todo, ha sido un país en cuyos asuntos internos ha intervenido siempre otra potencia foránea. Las fuerzas tradicionales, esas que hablan de la esencia eterna de España, nunca han sido liberales: los tradicionalistas monárquicos, la Iglesia, los grandes latifundistas y el Ejército. Soluciones de compromiso se ensayaron como con el periodo de la Restauración, pero sus contradicciones internas y las luchas políticas condujeron a la dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, a la II República. El resto de la historia es bien conocido.

¿Deseado o felón?
A lo que quiero llegar es que existe una línea conductora entre el partido que nos gobierna, el régimen franquista y esas fuerzas tradicionalistas y conservadoras cuyo ejemplo más ominoso es Fernando VII. De la defensa y promoción de los postulados liberales en el plano económico nunca fue abanderado (otra cosa es la propaganda) este partido. Por otro lado, aunque formalmente un estado liberal-democrático, la política económica nacida tras la Transición y el fin de la UCD se puede resumir, bajo los mandatos de los partidos que han ejercido desde entonces el poder estatal, en el desmantelamiento de la industria, de la venta de empresas estatales con beneficios, en la apuesta por los servicios turísticos y culturales y en la promoción de grandes grupos empresariales, sobre todo de la construcción, a golpe de Boletín Oficial del Estado.

Así, es erróneo confundir liberalismo con conservadurismo moral o con tradicionalismo clasista. Más bien, es todo lo contrario, por mucho que desde posturas socialistas o comunitaristas de distinto signo se le pueda reprochar la atomización social, la petrificación social en origen (como consecuencia, no como principio) y la generación de desigualdad que provoca el mercado capitalista no regulado. Es a raíz de la constatación de estos problemas y de coyunturas históricas como las guerras mundiales y el surgimiento de regímenes comunistas como el liberalismo del siglo XIX mutó en otro que tenía un ojo en la justicia social y que promovió acuerdos corporatistas (Estado, patronal y sindicatos). Lo que dio lugar, como es bien sabido a los diversos Estados del Bienestar. Es a partir de los años 70, en Estados Unidos y Gran Bretaña cuando este último modelo comienza a verse erosionado, en el plano económico, por la creciente inflación y el aumento del paro y, como consecuencia, en el plano ideológico, el neoliberalismo cuyos paladines se remontan a los años 40 (Hayek, Von Mises, Lippmann, Friedman) se vuelve predominante hasta convertirse en el sentido común por excelencia.

Monedero dice que yo debería ser poshabermasiano.

En España, un liberalismo moderno, con la posibilidad, incluso, de ser progresista no existió nunca con la fuerza suficiente para instalarse en el poder. Reconozco mi ignorancia si hay partidos en nuestro país, que representen esa visión política.Quizá la hora del liberalismo ha pasado, con el advenimiento del neoliberalismo y la canibalización de la socialdemocracia. En todo caso, aunque así fuera, es posible que una síntesis entre elementos liberales de esa corriente de pensamiento, sobre todo en su defensa de los derechos individuales (contra la visión de ingeniería social del neoliberalismo y del comunismo), y una visión socialista de la regulación, si no el control, de los medios de producción, y la redistribución de la riqueza, así como la democratización de la mayor parte de las esferas sociales (incluyendo la política y la economía) sea la vía para crear un país de ciudadanos preocupados por el bienestar de su comunidad. Un país en el que en puridad se pueda denominar democrático a su sistema político. Lo demás, me temo, es otra cosa.