martes, 16 de septiembre de 2014

Periodismo del bueno


Si no fuera porque les haría una publicidad extra (aunque mínima) que no se merecen, consideraría la posibilidad de dedicar al menos un blog trimestral a aquellos artículos de opinión que, en mi irreductible subjetividad, me han parecido los más ridículos o los más estúpidos. Además,  el esfuerzo de leerlos de principio a fin supone un esfuerzo intelectual tan baldío que no puede llevarse a cabo sin consecuencias; y el tiempo se consume tan rápido que uno  lamentaría llegar a las puertas de la muerte con la consciencia de haberlo desperdiciado con tanta lectura inútil e insatisfactoria. 


Por sus palabras, los conocerán  (foto: Centro Filosófico).

Digo esto porque los dos últimos meses, que, por tradición veraniega, acaparan las noticias más banales y los enfoques más frescos, han sido, columnísticamente hablando (y disculpen el neologismo), bastante pobres. Aún peores que el resto del año, lo cual no deja de ser sorprendente. En mi opinión, el espacio público democrático debería ser variado, profuso, inclusivo y plural, por lo que no me entiendan mal: no propongo vetar a los malos columnistas sólo por no saber escribir, o por no ser capaces de hilvanar argumentos, de no tomarse la molestia de consultar datos ni por tener mala fe: todo lo contrario, propongo su estudio y ejemplo para las generaciones futuras. Éstas sabrán apreciar la multiplicidad de formas que parten de un pensamiento único, monocorde, unívoco, paternalista y arrogante hasta el hartazgo. En el otro extremo, el alternativo, que también existe, han aparecido, sobre todo en los medios de comunicación digitales, columnistas de izquierdas, cuyo discurso representa la otra cara del maniqueísmo  institucionalizado, que, aunque no lo quieran creer, refuerza el statu quo de las opiniones sensatas. El  espécimen que más me fastidia lo representa el sociólogo político progre, quien encubre su pereza intelectual con un andamiaje de pensamiento prefijado y que abjura del análisis del caso concreto. En los nuevos medios hay unos cuantos: les dejo a su elección cuál será para Vds. la Némesis del argumento lúcido.

En los medios tradicionales de ámbito provincial, como los que se editan, sin ir más lejos, en Canarias, es chocante leer a Catedráticos de Filosofía asegurando que los españoles tienen una esencia y que en nuestra idiosincracia duerme, al menos, una de las dos Españas, lista para despertar y abalanzarse con ánimo iracundo sobre la otra. O a un ex director de periódico pontificando sobre los nuevos partidos, que, a su docta mirada, no son sino "berlusconismo bolivariano", o improvisando sobre cualquier otra cosa con la misma mirada miope y con la misma torpeza impotente. ¿Se pregunta uno cómo fue posible que dirigiera alguna vez un periódico? No, más bien constata que el autodidactismo está sobrevalorado. Otro periodista de radio y prensa otea el horizonte y se pregunta en qué asunto va a dignarse a inocularnos una dosis de periodismo de investigación del bueno. Ya llegará a las conclusiones que hagan falta. En otro medio local, esta vez una emisora de televisión, un individuo alcanza fama nacional por insultar a todo aquel que le apriete el resorte de la indignación patriotera. Ejemplos los hay por decenas. En todo caso, no debería resultar chocante ni irrespetuoso el exigir que, como principio básico ético, ese periodista, columnista, tertualiano o analista político sobrevenido que se muestra a favor de tal o cual asunto, diera a conocer, primero, su grado de mediatización. No se puede apoyar el Womad, el Festival de Música, de Teatro o de Cine, subrayando lo bueno que son para la Cultura y blablá, sin explicitar que se ha tenido o se tiene relación laboral con la organización, o que ésta le paga los gastos de viaje y hotel y, además, le proporciona entradas VIP. No vale, en términos democráticos, que se intente construir un consenso ficticio en los medios acerca de las bondades de un Mundial de baloncesto o de la necesidad de un pabellón de deportes de 50 millones de euros porque nos va a situar en el mapa mundial del deporte sin que aparezca ninguna opinión disidente. Tampoco, salvo unanimidad nunca vista en sociedades humanas, que ese supuesto consenso oculte las miserias de los grandes proyectos empresariales: parques recreativos, acuarios, zoológicos, casinos, etc., esa disneyficación del territorio que disfraza la falta de provisión de servicios al tercio de la población que nunca cuenta. 


Te están disneyficando, y lo sabes.
El periodismo no es re-publicar una nota de prensa, ni reproducir la frase del político o del empresario que pone publicidad en el medio de comunicación, sino preguntarse qué hay detrás de aquellos proyectos, de las repercusiones en el territorio y en los ciudadanos, del rédito político y económico... En definitiva, que un periódico apoye o no a un Ejecutivo en función de la asignación de emisoras de radio o televisión o de la subvención encubierta vía publicidad, que se exalten las bondades del visionario empresario que se sienta el consejo de administración del medio no deja de ser engaño, fraude y manipulación en y del espacio público. No seré original al hablar de un verdadero "secuestro". No digamos nada de las grandes batallas ideológicas o de lucha por la hegemonía política en las que los medios de comunicación desempeñan un papel de primer orden que, acudamos a la Historia, no ha sido por lo general el de apoyar a los pobres, a los excluidos, a las minorías, sino, salvo excepciones, el de reforzar el sistema imperante de poder. El dinero y el poder lo son todo para gran parte de los actores del espacio comunicativo de nuestro país.


Soy una eminencia: salgo en este blog (Wiki).
Hablo en serio: el espacio del libre intercambio de ideas en Democracia debería ser mejor que eso. No es necesario tanto la sabiduría como la humildad, tanto la arrogancia del especialista como la propensión al aprendizaje. Seguro que tenemos derecho a dar a conocer nuestras opiniones, pero mucho mejor sería escuchar y ofrecer argumentos razonados y coherentes. No abogo por implantar a despecho de la realidad las condiciones ideales del diálogo habermasiano, ni pasar por alto las relaciones de poder, dominio y explotación, ni hacer abstracción de los diferentes valores y visiones del mundo que luchan por la supremacía en nuestra sociedad. Es, si el interés del bien común constituye el eje que vertebra nuestra concepción de lo político, luchar por que las aportaciones de todos los sectores de la sociedad puedan expresarse y oírse. No soy ni mucho menos el primero que considere que la univocidad del discurso no sólo redunda en el empobrecimiento político y moral de la comunidad, sino que puede llevarnos a un callejón de salida epistémico, por el que buenas soluciones a problemas nuevos están condenadas a su invisibilidad, sofocadas por la densa red de medios de comunicación serviles con el régimen y por los intelectuales, expertos y periodistas acríticos a los que se les dota de ubicuidad expresiva en el seno de aquellos. 

Cuando uno oye hablar tanto de la necesidad de "un nuevo proceso constituyente", es difícil evitar la tentación de querer otro paralelo para los medios en España. En ese sentido, no deja de parecerme positiva la aparición, ya hace unos años, de lo que Manuel Castells denomina "medios de autocomunicación de masas": todos esos contenidos de texto, audio o vídeo que cualquier persona puede volcar en la red y difundir a su lista de contactos o de manera masiva, sirviéndose de redes sociales o de sitios web de volcado y compartición. Aunque algunos periodistas (incluyendo a sus directores) se quejen del "intrusismo" o del "amateurismo", lo que parece claro es que en este "Babel polifónico", la confusión y la dispersión son el menor precio a pagar por la libertad de expresión y de información. No es la tradición del periodismo en nuestro país, salvo las obligadas excepciones de rigor, una a la que pueda apelarse para que sirva de norma ética y democrática ni para que estructure nuestra realidad, a la vista de lo que leemos y padecemos cada día.