sábado, 22 de marzo de 2014

Nacionalismos canarios


En Canarias, nadie lo duda, existe un importante sentimiento nacionalista. Importante en una doble vertiente: la de los números (personas que declaran serlo) y la de la intensidad. Mucha gente se declara canaria por encima de otras adscripciones identitarias, y mucha gente también lo manifiesta cada vez que puede, acompañándose con la imaginería al uso: bandera con siete estrellas verdes, canciones de amor a la tierra, apología de las costumbres que se consideren tradicionales y la forma de hablar en Canarias, por ejemplo. Sin embargo, ese sentimiento nacionalista discurre a través de líneas ideológicas diferentes, cuando no incompatibles entre sí. 


Bandera independentista canaria (Wikipedia).

Por ejemplo, en primer lugar, existe un nacionalismo, que, salvada la distancia histórica, recuerda al criollo sudamericano, liderado por un conglomerado político-empresarial que pugna, sobre todo, por ocupar los puestos de poder de la estructura administrativa estatal y en su desarrollo autonómico, es decir, el gobierno y la administración de la Comunidad. Este es un nacionalismo pragmático, a veces denominado regionalista porque no parece pretender ir más allá de su instalación y afianzamiento en el espacio político-administrativo cedido por el Estado. La independencia no se menciona jamás salvo como amenaza velada en la esfera pública cuando se negocian presupuestos y transferencias medidas por la aportación estatal al presupuesto de la Comunidad. Hay que señalar que en su composición intervinieron partidos y corrientes de izquierda y de derecha, siendo los primeros fagocitados por los segundos con el transcurrir de los años y las exigencias de llegar a acuerdos de gobierno en un territorio tan fragmentado geográfica, social y económicamente. En segundo lugar, tenemos el nacionalismo clásico canario, de tendencias marxistas e incluso, en algunos casos, estalinistas, maoístas y africanistas. Está formado por grupos marginales de la vida política, en los bordes de las arena política institucionalizada, atomizados, y que sólo son visibles cuando aprovechan manifestaciones organizadas por sindicatos y otros movimientos, y con ocasionales notas de prensa que muy rara vez encuentran eco en los medios de comunicación más importantes. Los miembros de estos grupos se suelen centrar una vez que, por conveniencia, son atraídos por el partido pragmático y se integran de pleno en el nuevo entorno.
Para muchos, el padre del nacionalismo canario

Su plasmación más dramática fue el MPAIAC, hasta ahora el único grupo que ha ejercido la acción violenta organizada por motivos políticos en Canarias, si no contamos la Guerra Civil y la represión franquista. En tercer lugar, nos encontramos con la posición defendida por el dueño de un periódico de gran tirada y muy leído (en términos relativos, claro está, dada la aguda crisis de la prensa), sobre todo en la provincia de Santa Cruz de Tenerife, que combinaría la pasión independentista de los nacionalistas clásicos de izquierdas con la ideología conservadora de gran parte de los cargos del partido pragmático en el poder. En la medida que este último nacionalismo y el primero pueden conjugarse (y de hecho, así ha sido durante varias etapas de la vida política canaria) se puede hablar de un predominio nacionalista extremadamente conservador, al menos en la política institucionalizada. Que dicho nacionalismo sea reflejo del de los ciudadanos de a pie es un asunto discutible. Por otro lado, las veleidades independentistas de los grupos más radicalizados están vigiladas por el Estado, y es poco probable que, salvo  en coyunturas de extrema fractura social y política,  dichos grupos se corporeicen en estructuras y movimientos lo bastante importantes para convertirse en actores políticos con los que haya que contar.

En este sentido, ya sea de manera pretendida o no, la celebración de lo propio y lo folclórico fomentada desde el partido pragmático que ocupa el poder sin interrupción desde hace más de veinte años ha desactivado la radicalización de la ciudadanía nacionalista, que parece haber sido contentada con la propagación de los motivos simbólicos  más conspicuos, con los que se intenta focalizar los supuestos valores y virtudes de la cultura local y, cómo no, con las etapas de bonanza económica que permitieron incluso a las clases más desfavorecidas cierto nivel de consumo inimaginable décadas atrás. Así, la exaltación de las fiestas locales, la propagación del uso en ellas de la vestimenta supuestamente típica, cierta veneración por el pasado aborigen y la defensa de la variante dialectal del español, que es la denominada habla canaria (al prohibir de facto cualquier otro acento en la televisión autonómica), etc., han resultado medidas efectivas. Digamos que se ha canalizado el sentimiento de ajenidad a la españolidad hacia expresiones inocuas que no ponen en cuestión el actual statu quo. Es el nacionalismo ligero, de conveniencia, que contenta a casi todos por ser políticamente inane.


Celebración de lo nuestro (foto: Ayto. de Teror).

El concepto básico del nacionalismo es claro: un estado propio para una comunidad homogénea. Sin embargo, sostener hoy la homogeneidad étnica y cultural en el tipo de sociedades plurales en las que vivimos es tan problemática como lo es también la sostenibilidad de una estructura político-administrativa independiente tanto de España como de terceros países. La viabilidad económica del nuevo Estado, así como la seguridad militar representan problemas de tal magnitud, al menos en el imaginario popular, que reprimen cualquier acción nacionalista que vaya más allá de la ocasional exhibición de la bandera independentista o del murmullo antiespañolista en el Día de Canarias. Sea por propia reflexión o por el resultado de la propaganda estatal, el independentismo canario está poco seguro de sus propias fuerzas.

Por otro lado, más allá del nacionalismo pragmático-conservador y del idealista mitificador de izquierdas, se pregunta uno si, a estas alturas, la construcción de un estado propio debería obedecer a otros principios distintos a la mera imitación y reproducción de estructuras liberal-capitalistas de Occidente sin añadir un mecanismo fuertemente redistribuidor de la riqueza. Es decir, el nacionalismo, podría considerarse, en sí, políticamente neutro: un nacionalista puede ser conservador-tradicional, liberal, marxista o ecologista, puede ser autoritario o demócrata. La pregunta clave es, a mi parecer, qué tipo de Estado se pretende erigir una vez conseguida la desvinculación del cuerpo político del que hasta entonces formaba parte. Así, tal y como señala Habermas, podríamos considerar el ir más allá de la valorada unidad étnica o del pasado mítico fundacional y apostar por una comunidad política que se sienta vinculada por su respeto a las leyes, a los derechos humanos, a la democracia y por su deseo conjunto de alcanzar una vida lograda, más allá de la diversidad de sus cosmovisiones o ideas de la vida buena. Un proyecto conjunto establecido por el deseo de querer ser una comunidad justa e igualitaria. Al menos, esa es la única idea de nacionalismo que me parece puede ser defendida con convicción a estas alturas de la Historia. 


¿Este bloguero no puede citar a otro? (foto:Wikipedia)
El discurso victimista, la genética, la lengua e incluso la defensa a ultranza de una cultura más o menos tradicional son elementos que empobrecen el discurso nacionalista y redundan en su falta de credibilidad y aceptación. Claro que, como bien se le ha señalado a Habermas, podríamos preguntarnos si es el mero respeto a las leyes un elemento aglutinador suficiente para cohesionar a los miembros y grupos de una comunidad, para que se sientan partícipes del proyecto en común, para que se imaginen incluidos en él. ¿Es el patriotismo de la Constitución el amalgamador que se requiere para anular el efecto de las fuerzas centrífugas del capitalismo globalizado, la anomia social provocada por la polarización de riqueza y renta, las ideologías excluyentes que fían el valor de las personas a su valor en el mercado, los fundamentalismos religiosos de todo signo, etc? ¿Cómo lidiar con la interiorización de aquellos valores que, precisamente, minan la posibilidad de una comunidad constituida por ciudadanos y no por simples consumidores egoístas? Un debate necesario no sólo para el nacionalismo, sino para cualquier corriente o partido que pretenda actualizar el debate político, pues son asuntos que atraviesan todas las posiciones ideológicas. Sin embargo, al menos en Canarias, ese debate está ausente, y, por el nivel de los actores políticos y sociales, dudo que ni siquiera sea capaz de concebirse.




viernes, 7 de marzo de 2014

Elegía a nosotros mismos


Confieso que me asaltó la misma tentación que a muchos otros. La muerte del poeta parecía una ocasión propicia para deleitarme en el ensayo literario, líricamente ribeteado, acompañado quizá por alguna anécdota personal u oída a terceros que nos acercase al personaje. Podría haber evocado aquellos recitales en los que el poeta lanzaba a su escaso público versos y ocurrencias, referencias insólitas e intertextualidades trilingües, y guiños personales casi siempre incomprensibles. Entre paredes húmedas, proyectaba sobre nosotros la sombra benjaminiana del Ángel de la Historia...

 ¿Lo ven? Uno traiciona sus propias expectativas y los propósitos de redención. No tenemos palabra ni voluntad. La vanidad que todo lo corroe nos empuja con brazos de piedra a arrojarnos en la vanagloria mientras nos engañamos escribiendo cantos fúnebres, elegías y panegíricos, haciendo creer que rendimos homenaje. Todos querríamos ser, de algún modo, Miguel Hernández, pero como "el hachazo invisible y homicida" ya está escrito nos vemos obligados a perfeccionar la prosa, a buscar un asomo de originalidad sea en la cola de los saldos, sea en la nocturnidad de un desguace. Buscamos el manto del poeta para que nos abrigue en nuestra orfandad artística, cuando ni siquiera somos capaces de subirnos a hombros de gigantes para ver mejor y más lejos.  Nuestra mediocridad insultaría al mismo dios que nos hubiese creado, y cuando personas especiales aparecen en nuestro mundo lo hacen tirados en el banco de un parque.  Incapaces de reconocer la grandeza ajena, permanecemos ciegos a nuestras miserias.


Angelus Novus, de Paul Klee (Wikipedia).


Una vez muerto el poeta, proseguimos con nuestra lectura de la sección de Cultura de los diarios. Nos encandilan el bazar y el zoco, la mercadería y los precios, las luces de neón de un 24 horas que, en el fondo, sabemos que sólo puede ofrecernos un fugaz alivio para nuestra hambre de madrugada. Qué frío hace, déjennos arroparnos con la capa de la esperanza infundada, de la lisonja inmerecida, del tributo de tinta corrida. Y qué decir de aquellos que lloriquean por los premios oficiales y mendigan la aprobación de los jurados, de los que dicen: "¡Es que me lo merezco!" y cuentan a todo el que quiera escucharlo que la vida se ha cebado con él, que si viviera en Londres o en Nueva York sería reconocido. Vivan los artistas subvencionados, vivan los llorones y los miserables, vivan las sinecuras y los gastos pagados. Pero el lector es aún peor: busca redimirse de la culpa y trascender sus carencias sin esfuerzo, tendiendo las manos yertas y temblorosas al calor de ese fuego ajeno que nunca podrá poseer. Ese lector que parasita la música y la letra, el óleo y el movimiento. Tú, lector, ¿a qué aspiras? ¿Qué pretendes hacer con el cuchillo y la pistola? Sí, cierra el libro, apaga la música, hazte un ovillo y sueña con otra vida. Qué frío y qué asco.

Los versos se agotan, la capacidad de nominar se debilita, cada cosa tiene un nombre y casi nunca es el adecuado. ¿Cuándo perdimos la esperanza? ¿Cuándo decidimos rendirnos, al fin? Nuestro mundo está teñido de sangre y de miedo, y la tristeza se filtra por las comisuras de la sonrisa. Las nobles calaveras no se dejan besar ya por labios pretenciosos. Sigamos con nuestra vida y conformémonos con la felicidad de tresillo y televisión mientras dure. Dejemos de buscar y de aprender y corramos las cortinas para no ver el abismo al que nos precipitaremos tarde o temprano. Nuestra única elección, deberíamos saberlo a estas alturas, consiste en caer con ignominia o sin ella.